“La dignidad humana empieza por la equidad”
Wulfrano Torres Pérez*
¿Bajo qué racionalidad se justifica la irónica necesidad de instituir el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo)? ¿De qué tamaño es nuestra amnesia y nuestro remordimiento hipócrita, que requerimos inventar una fecha para apaciguar nuestra conciencia y acordarnos, durante un día, de la condición de exclusión en la que vive la mitad de la humanidad? y peor aún, que ese día este asociado al drama en el que murieron, como consecuencia de las lamentables condiciones laborales en las que eran explotadas, más de 140 jóvenes trabajadoras en el trágico incendio de la fábrica Triangle en la ciudad de Nueva York. Resulta absurdamente estúpido y vergonzoso para la inteligencia humana, lo difícil que ha sido para las mujeres conquistar el reconocimiento y disfrute pleno de sus derechos. Así por ejemplo, en Puebla a partir de este mes de marzo una vez que entró en vigor la ley que penaliza el aborto, la procuraduría de justicia local ha iniciado 30 averiguaciones previas contra el mismo número de mujeres que han abortado; al mismo tiempo, a pesar de que la comisión especial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación consideró que sí existió violación grave de garantías individuales en el caso del incendio de la Guardería ABC, donde murieron 49 niños y señaló como autoridades involucradas, entre otras, al ex director general del IMSS Juan Molinar Horcasitas, y al ex gobernador de Sonora Eduardo Bours, seguramente no habrá ninguna acción legal contra éstos personajes. Este estilo kafkiano de impartir justicia en nuestro país, significa negar sus derechos a unas y salvaguardar la impunidad de otros.
Por otra parte, no debemos ignorar que las mujeres constituyen las dos terceras partes de los 960 millones de adultos del mundo que no saben leer y las niñas representan el 70% de los 130 millones de niños que no asisten a la escuela. Cuando se habla de la crisis, dice Chomsky, casi todos se refieren a la financiera, ya que afecta directamente a los ricos, pero la crisis de los mil millones de seres humanos que enfrentan hambruna, de los cuales las mujeres y las niñas constituyen las tres quintas partes, no es la de mayor prioridad, porque todas las víctimas son pobres. Esta situación se agrava en el caso de de las mujeres mexicanas porque viven en uno de los países con mayor injusticia en la distribución de la riqueza en el mundo.
De acuerdo con el Consejo Nacional de Población, del 38.7 por ciento de las mujeres mayores de 12 años que trabaja fuera del hogar, el 10.8 por ciento (más de 4 millones) no recibe ninguna remuneración; para el representante de la ONU en nuestro país, Thierry Lemaresquier, sólo el 47.9 por ciento de las mujeres que trabaja cuenta con un empleo remunerado y asalariado. En este sentido el Instituto Nacional de las Mujeres ha informado que menos de uno por ciento de las empresas del país se han adherido al modelo de equidad de género (MEG) que promueve el gobierno federal. Por su parte el Inegi calcula que de los más de 12 millones de personas que laboran en la informalidad, 4.6 millones son mujeres. Esta importancia de las mujeres en la economía nacional es todavía más significativa si consideramos que el 23 por ciento de los hogares en el país está encabezado por una mujer, esto es casi el doble que lo registrado hace 21 años. Este papel protagónico de las mujeres es más evidente si consideramos que en la mayoría de los hogares mexicanos donde laboran ambos progenitores, son ellas las que aportan una mayor proporción de sus ingresos a la economía familiar y las que de manera mágica, administran eficientemente dichos ingresos. Son ellas las millones de expertas en microeconomía la que han evitado el colapso económico del país; si el “presidente del empleo” o el secretario de hacienda tuvieran vergüenza, les cederían su lugar.
En este mundo al revés, esta condición de desventaja laboral que afecta a millones de mujeres, se prolonga en el contexto familiar. Así por ejemplo, a pesar de que aún cuando ellas dedican 70% de su tiempo no remunerado a cuidar a los miembros de sus familias, esa contribución a la economía mundial sigue siendo invisible y además poco reconocido. Lo mismo sucede con relación a la distribución de las tareas domésticas, nos encontramos que en la mayoría de los hogares mexicanos existe una injusta distribución entre los sexos, así de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática el 94.6 por ciento de las mujeres mexicanas mayores de 12 años realiza trabajo doméstico (casi 48 horas en promedio a la semana), contra el 43.8 por ciento de los hombres (13 horas). Está comprobado que la su salud mental de las mujeres con dobles jornadas de trabajo y con hijos pequeños, suele ser más vulnerable que la del resto de la población, situación que se vuelve más delicada si consideramos la importancia del bienestar emocional de la madre para el desarrollo psicosocial del niño.
En materia de salud (uno de los derechos humanos más fundamentales) el embarazo y la maternidad sigue representando una de las principales causas de morbi-mortalidad para millones de mujeres. De las 536 mil mujeres que murieron en 2005 por causas relacionadas con el embarazo y el parto, el 99% ocurrieron en países en desarrollo (ONU, 2005). Lo mismo sucede con casi todas las muertes neonatales (el 98% ocurrieron en dichos países en 2004); la anemia materna afecta a casi la mitad de todas las mujeres embarazadas de las naciones pobres y se calcula que 18 millones más quedan crónicamente discapacitadas a raíz de complicaciones del embarazo y el parto que podrían haberse prevenido.
Estos son sólo algunos de los problemas que lastiman y limitan el desarrollo y el bienestar de millones de mujeres (y de sus hijos); esta cruda realidad pone en entredicho la supuesta racionalidad de la especie humana; de continuar por la vía de la estupidez asimétrica de dominación masculina, el mundo, y con él nosotros, se encuentra en un grave peligro de sobrevivencia. Frente a esta injusta y desafiante situación, se requiere hacer un gran esfuerzo por construir una cultura de mayor equidad y convivencia ética entre los sexos, desde los espacios en la vida pública y el ejercicio del poder, donde los gobernantes, los medios y las instituciones tienen una fuerte responsabilidad, hasta al interior de las familias.
*Profesor-investigador de la Facultad de Psicología, BUAP
torresw55@hotmail.com
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