“Emperador Motecuhzoma, tú
perderás tu reino, tu corona, tu cetro. ...porque te has entregado a estos bandidos españoles. Vienen ellos a engañarte porque ya no mereces continuar
teniendo el mando, el gobierno”.
Palabras atribuidas a Cuauhtémoc
“Llegó el momento de nuestra
emancipación, ha sonado la hora
de nuestra libertad y si conocéis
su gran valor me ayudaréis a
defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos. …muera el mal gobierno”.
Miguel Hidalgo, 1810
Una vez consumada la Independencia, México contaba con más de 4 millones de kilómetros cuadrados y con cerca de 6 millones de habitantes. Con ayuda de los malos gobernantes que sucedieron a los héroes insurgentes perdíamos más de la mitad de nuestro territorio a manos del naciente imperio yanqui. Ningún otro país del continente, y tal vez del mundo, sufrió un robo tan grande y artero como México. Nacíamos como país libre y soberano, pero amputado.
100 años después, el país enfrentaba una exagerada concentración de la tierra en manos de los grandes hacendados (muchos de ellos españoles) que sólo remuneraban simbólicamente a sus trabajadores, además de las matanzas de Río Blanco y Cananea, entre otras represiones, así como la pobreza de la mayoría de los mexicanos y la falta de democracia, fueron algunos de los factores que alimentaron la indignación popular e hicieron posible el surgimiento del movimiento armado de 1910. Nuevamente se emprendió una lucha en contra de una oligarquía que se había adueñado del país, aunque sin llegar a la escandalosa e inmoral concentración de la riqueza que hoy disfrutan unas cuantas familias. A pesar de que miles de mexicanos, héroes anónimos que junto a los hermanos Serdán, los Flores Magón, Francisco I. Madero, Pino Suárez, Zapata y Villa entre otros ofrecieron su vida, los sueños revolucionarios de justicia, libertad y democracia fueron prontamente cancelados.
Dos luchas que marcaron la historia gloriosa de nuestro país y que abrían nuevas oportunidades de desarrollo; sin embargo, éstas no se concretaron y paradójicamente surgió una rara especie “la familia robolucionaria priista” que inventó, para adueñarse del país por casi 70 años, la absurda idea de una “revolución institucionalizada”. El esfuerzo y el sacrificio de aquéllas generaciones independentistas y revolucionarias, los que junto con el presidente Cárdenas recuperaron el petróleo para beneficio de las actuales generaciones y los miles de jóvenes del 68, ¿valieron realmente la pena?; su legado de lucha y dignidad bien pueden resumirse en el dicho popular: “no hay mal (gobierno) que dure 100 años ni pueblo que los aguante”.
En los últimos 70 años, los gobiernos “posrevolucionarios”, atrapados entre la incompetencia, la estupidez, la avaricia, la mezquindad y la inmoralidad han provocado más daño que los españoles en tres siglos. Basta hacer una breve reseña, sin ánimos masoquistas, de los “logros” de estos gobiernos prianistas, para reconocer que el tamaño de la tragedia nacional en la que está sumido nuestro país, es proporcional a la casi inagotable paciencia de los mexicanos que a pesar de nuestro enojo, e indignación poco hacemos para quitar a esta mafia en el poder.
Hoy celebramos nuestra (In)dependencia con el patrocinio de las empresas transnacionales que se han adueñado de nuestro territorio y nuestra economía. Grandes compañías como Wal Mart (EU), BBVA Bancomer (España) y Banamex (EU) que encabezan la lista de las 100 multinacionales más rentables en el país (la mayoría de las cuales con mayores utilidades que en sus países de origen), obtuvieron ganancias netas en 2009, superiores a los 4 mil millones de dólares; mientras que gracias al pésimo manejo de la crisis económica (“el catarrito”), el gobierno federal lograba el récord, a nivel continental, de un desplome de 7 por ciento en el PIB nacional.
Estos gobiernos neoliberales le han puesto precio al país, se comportan como viles agentes de ventas. Es larga la lista de rescates de empresas y bancos, de privatizaciones a modo para los cuates o socios: los energéticos, los ferrocarriles, las playas, las aduanas, las carreteras, las telecomunicaciones, la seguridad social, el Fobaproa, etcétera. Cargamos con una clase política privilegiada (de las más incompetentes, más corruptas, pero de las mejor pagadas del mundo) al servicio de una pequeña clase empresarial privilegiada a la que exime del pago de impuestos, les provee de infraestructura, les crea leyes en perjuicio de sus trabajadores y los consumidores y les garantiza privatizar las ganancias y socializa sus pérdidas. A esta lista “de logros” hay que agregar una cancerosa deuda externa, la pérdida acumulada del poder adquisitivo de los mexicanos que durante la primera década del presente siglo (gobernada por los panistas) asciende a casi 70 por ciento; la violencia e inseguridad como nunca antes vistas y más de 50 millones de pobres (a Calderón le bastaron cuatro años para contribuir con 6 millones de nuevos pobres); más de 10 millones de mexicanos que han emigrado a los Estados Unidos, 10 millones de indígenas que en su mayoría viven en condiciones semejantes o peores a la época colonial; en síntesis, un país cada vez menos soberano, más injusto, menos libre, con un pueblo más sometido y controlado por las televisoras.
¿Cuál es el maleficio que nos persigue a los mexicanos para que después de estas dos luchas armadas de purificación y reinvención regresemos al mismo punto de partida? ¿De qué estaban hechos esos mexicanos que ahora hasta los descendientes de sus enemigos los festejan (aunque haiga sido como haiga sido)? ¿Cómo es que permitimos que con festejos estúpidos (por el derroche y la frivolidad, reflejo de la mentalidad de sus organizadores), se pretenda recordar la memoria de nuestros héroes? ¿Estaremos condenados a ser simples telespectadores de cómo unos cuantos se reparten el país?, ¿será que los mexicanos de hoy, gracias a la televisión (nuestra “alma mater”), hayamos decidido renunciar a esos sueños de libertad y justicia por la que lucharon nuestros antepasados? ¿Terminaremos heredando nuestra humillante condición de súbditos a las próximas generaciones? ¿Cómo nos tratará la historia dentro de 100 años, si todavía tuviéramos país?
WULFRANO TORRES PÉREZ
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